Por desgracia, en Los Espejos, ciertas antiguas costumbres se han perdido, como la merienda de sardinas que en verano se hacía y en la que participaban todos los vecinos. También la hoguera en vísperas de la fiesta del pueblo, 15 de agosto, ha perdido su esencia. Pero, sobre todo, va desapareciendo el calor humano, la fuerza de la amistad entre los convecinos, ya que el mal llamado progreso nos ha hecho más egoístas, más faltos de sensibilidad y ¡cómo no! la envidia ha ido apoderándose de los espíritus, algo que es común en toda la sociedad. Sería bueno reavivar la llama de la amistad y la buena vecindad, porque si no, las antiguas costumbres irán desapareciendo y con ellas el espíritu de un buen paisanaje. Ocurre que, a veces, no sólo se pierden esas antiguas costumbres de indudable valor positivo, sino que se trata de imponer otras que nada tienen que ver con las que nuestros antepasados habían practicado. Los que nos preocupamos de estas cosas debemos erradicar ese progresismo adulterado que no busca nada más que el beneficio del mal gusto, un denominador común que está atacando a toda la sociedad.